miércoles, mayo 31, 2006

Fatigarse
Por Yolanda Arroyo Pizarro




8:10 am
El vapor le hace pestañear. Algunas gotas se le caen por entre los grandes ojos verdes. Se fatiga. La dificultad de respirar le hace querer moverse, pero no sabe cómo. Ve a través de los cristales. Tantos cristales. El rostro de su madre acostumbraba hacerle muecas a través de unos cristales. Reconocía siempre el rostro y el olor de su madre. Su padre, por otro lado, acostumbraba también sonreírle y hacerlo sonreír a través de unos cristales. Ahora está tan solo que no sabe. No lo entiende. El calor le hace pestañear.

9:45 am
Tiene hambre. Se ha cansado de las excusas de la gente, de las promesas incumplidas, de los trabajos que nunca llegaron. Se rasca las venas del antebrazo y sin querer, la uña le arranca una llaga mal cicatrizada. Se rasca la cabeza. No pueden ser piojos otra vez. Es el calor. Mira hacia arriba y su mirada gris divisa las esferas transparentes que nacen de los rayos del sol. Traga el polvo del desierto del Sahara que llega a la Isla. Está a punto de desfallecer si no hace algo. Quiere dejar la droga. Quiere dejarla pero también quiere meterse más. Su mujer no lo volverá a aceptar en la casa y sus hijos continuarán sin mirarlo a la cara. El sudor le baja en gotas por la espalda. Necesita algo de comer. Camina hasta el centro comercial.

10:20 am
Todos los días su mamá lo lleva al cuido. Hoy no lo ha llevado nadie. Su papá condujo, pero luego se detuvo y se bajó. Nunca antes los cristales se habían empañado de aquel modo, ni el calor le daba tantas ganas de llorar. Cree que de tanto llorar la respiración se le ha acabado. La garganta la siente reseca y dolorosa. Quiere teta y no hay. Quiere que su mamá le juegue con sus ojos esmeralda. Pestañea y las esmeraldas se le llenan de agua. Desea más agua, pero no encuentra y sus manos y piernas están atrapados en el asiento. El sudor lo hace fatigarse. Sigue llorando.

11:36 am
Recuerda que su padre le decía que coger lo ajeno era malo. Recuerda las bofetadas y los puñetazos que le daba el padre. Recuerda también las bofetadas y los puñetazos de los padrastros. Las peleas de borrachos, las apuestas de caballos, el andar con gentuza, el robar en las casas. Le gustaban las casas abiertas, con los portones de par en par y las puertas de escrines sin el pestillo. Odiaba tener que forzar hogares. Nunca abría una puerta cerrada con seguro. Lo que sí le gustaba forzar eran autos. Los forzaba con la pandilla luego de trasladarse a Brooklyn. Cómo disfrutaba portarse mal. Cómo le gustaba usar drogas. Usarlas lo hacía sentir poderoso. Lo malo era lo caro que le costaban. Cuando regresó a la isla como parte de un acuerdo con Fiscalía, intentó dejar las drogas. Su mujer lo había tratado de ayudar. Pero claro, se había cansado en el intento número mil. El calor lo hizo volver a sudar y para evitar una gota que se le resbalaba por la frente, se llevó la mano a ésta. Al hacerlo, el sol de mediodía se tapó con la visera improvisada de sus dedos. La sombra le permitió a sus ojos grises enfocarse en un auto en el parking que no tenía puesto el seguro en una de las puertas. La puerta era la del asiento del frente del pasajero.

12:15 pm
Se mueve poco. Las manos ya no se levantan y el pecho tampoco. Toda su ropa está empapada. Le parece que ha vivido escaso tiempo, demasiado escaso. Ya no le duele la cabeza, los latidos de sus extremidades ya no le arden, y ha dejado de soñar con sus padres. Ya no quiere la teta. Ya no vuelve a abrir las esmeraldas. Todo se ha convertido en fuego.

12:40 pm
Sigue caminando en el parking del centro comercial, dando vueltas. Esperando a que no lo vean acercarse. La gente le pasa alrededor y lo esquiva, y él, emocionado porque ya pronto robará y venderá su botín, y tendrá dinero para comprar sustancias, sonríe y olvida el maldito calor isleño. Cuando se da cuenta que no hay nadie cerca, se aproxima al vehículo y abre la puerta de un solo movimiento. Un imbécil olvidadizo le ha hecho el trabajo fácil. El vaporizo le da en la cara y juraría que un humentín inicial no lo deja ver bien. Mira el dash y se encuentra con un maravilloso radio digital con CD. Está seguro que puede arrancarlo en un abrir y cerrar de ojos. Está a punto de hacerlo cuando siente una tenue tos. Estira el cuello. Sus ojos estudian el cuerpecito ahogado en sudores que apenas se mueve en la parte de atrás. No respira, o eso parece. La mente se le nubla. De pronto el bebé abre los ojos. Aquella mirada esmeralda se le clava en las esferas grises como pidiendo que lo carguen.

jueves, mayo 18, 2006

Otro Sitio
por Joel Feliciano
con motivo de la presentación Los Documentados

Prólogo

Antes de llegar a Nueva York, el avión se cayó.

Fotografía Ancil Nance



Antes

Ayer metí las cajas en la parte de atrás del carro. Ya me iba. Bueno, me voy hoy.


A todas les había puesto la nueva dirección, las había empaquetado con masking tape, solamente necesitaban el sello del shipping y pa fuera. Mandarlas era lo único que faltaba por hacer. Ya había pagado el primer mes de la renta allá, así que no había necesidad de quedarse. Y pues... puse las cajas en la parte de atrás del carro. No las quise poner el baúl. No. O sea, ¿cómo poner la vida entera en un lugar tan oscuro y tan caliente?


No tengo mucho; sólo una pequeña colección de juguetes invaluables. Action figures de esos. Que si Ninja Turtles, Batman o Thundercats. No creo que vaya a engancharlos en ninguna parte del apartamento nuevo,; creo que se quedarán metidos en las cajas, adentro del clóset. Pero, aún así, son míos y, por alguna razón, no puedo partir de ellos.


También me llevo una vajilla de mi mamá. Siempre le dije que la botaría. ¡Pues si nunca la usaba! Pero entonces, cuando se murió, no pude. No pude. Esa noche comí arroz con habichuelas en la vajilla, y comí una ensalada con repollo, zanahoria y brócoli. La podía escuchar preguntándome si eso na más iba a comer; que si nada de carne. Y yo le hubiese contestado: "yo puedo vivir sin la carne". Entonces ella me hubiese dicho, o se hubiese dicho a sí misma: "lo que es la vagancia, todo por no cocinarla". Y hubiese sido verdad, la carne siempre es una chavienda para cocinar. Hay que adobarla. Cortarla. Sacarla le grasa. Hay que cocinarla a fuego lento para que quede blandita. A veces hay que virarla en el sartén y velarla. Mucho trabajo. No.


En las cajas también empaqué las gorras de mi papá. Son tres o cuatro. Él tampoco las usaba. Nunca le pregunté por qué las tenía. Pero las mantenía enganchadas en el borde del espejo del gavetero. Ochentoso él. Yo tampoco las uso. Pero las guardé. Las metí en una caja y las guardé.


Y puse las cajas en la parte de atrás del carro. No me quiero ir. O sí, sí quiero. Pero no quiero. Pero ya me gradué y ando pajareando y trabajando para pagar la condená hipoteca de mis padres, que ya saldé.


Me va a doler dejar a mis pocos amigos. Me despidieron antier por la noche. Salimos a comer y me desearon lo mejor. No pueden venir al aeropuerto porque trabajan. Y no los culpo, porque tienen unos trabajos brutales, mejores que yo. Pero me hubiese gustado que estuvieran aquí conmigo hasta que el avión me llevara. Hubiese sido chévere.


Llevé las cajas al correo. Me cobraron un dineral por el envío. Le pusieron los sellos. Las poncharon. Me dijeron que les pusiera tape del USPS para que fuesen más seguras. Hice todo. La muchacha que me atendió era jovencita. Cuando le di la última caja se quedó quieta, mirándome con la cabeza un poquito de lado. No me quitó los ojos de encima y yo no la quería mirar. Estuvo un rato largo. Entonces como que apretó los labios y haló la caja. Me preguntó si quería asegurar los paquetes, yo le dije que sí, sin preguntar cuánto costaba. Me cobró y cuando me vino a dar el cambio se recostó del counter pa decirme:


-Mudarse siempre duele un poquito.

¿Como sabía que me estaba mudando?

Tuve que apretar los dientes para no llorarle allí mismo.

El cuarto donde viví casi toda mi vida estaba vacío. Mis cosas estaban de camino en un avión sobre el mar. Jamás había visto el clóset así de libre y desocupado. Nunca había visto la pared de atrás tan... plain.

¡Qué cosas! Lo que uno descubre. Lo que uno descubre que siempre estuvo allí. En la pared del fondo del clóset no había nada. Pero en una esquina, una esquina que nunca recordé, había escondido un corazón pintado con magic marker negro, un corazón bien descuadrao, bien de nene chiquito, que al lado decía: "Carina", con C. Me acuerdo de Karina. Su nombre era con K, creo, y yo estaba enamorao de ella como en tercer grado. Ya ni me acuerdo de su cara, solamente de su idea, de su nombre y del corazón que le dibujé.


Las paredes desnudas. La computadora en el avión. El escritorio baldío. Ni televisor. Solamente el abanico. Y el gavetero destripado de la ropa. Nunca estuve tan solo, pensé, y la tristeza me durmió.




Durante

Mi tía me trajo al aeropuerto. Me abrazó y me dijo con miedo que el otro día se había caído un avión en Japón y otro en España. Entonces me entró un miedo enorme.

Pero olvidé el miedo inmediatamente, cuando vi a mi amiga. Vino a despedirme. Dijo que me iba a visitar. Que le consiguiera un matress de los de aire que ella se tiraba en el en el piso. Que me iba a extrañar un montón. Agrandé los ojos para que el aire entrara y los secara antes de que se vieran llorosos. Pero no funcionó. Me abrazó fuerte. Y no le pude decir nada. Cada vez que traté de hablar las palabras se me atragantaban. La miré. Le dije adiós con la mano. Me alejé. Y me monté en el avión.




Es la segunda vez que me monto en un avión. Bueno, la tercera, si contamos el viaje de regreso del primero. Igual que la primera vez, las nubes me dan una alegría que no puedo explicar. Más que ello es el hecho de estar más arriba que ellas. Ellas que son tan inalcanzables.


El vuelo salió como a las 5, y resulta que pude ver el amanecer. La primera vez vi al atardecer y ahora el amanecer. Por encima de las nubes. Ya no me falta nada más qué ver, pensé, (estuve equivocado, claro). La diferencia es enorme. Cuando amanece esperas el sol. Lo vez llegar poco a poco, y uno se asombra de ver que el mundo de verdad se mueve. Allá arriba vi a la tierra moverse. Las nubes tenían una formación gigantesca, era una llanura blanca, una pradera acogedora, un desierto de algodón, y al fondo un destello dorado fue surgiendo, pintando el algodón del color del sol, pero también de un púrpura leve, que por alguna razón me hace pensar en yogur.


Desde el avión vi la ciudad. los edificios apiñados en un cantito de tierra, bañada por el mar, y rodeados de una seca neblina que gravitaba entre ellos (de contaminación, debe ser). Mi nueva casa me espera, me dije. Lo único malo es que me acordé que antes de que mi tía me diera un beso, me dijo con miedo:


-Cuídate, mira que cuando se cae un avión, se caen tres

La señora con la que estaba hablando me miró de una forma... Y no me habló más. Y mucho menos cuando el avión empezó a temblar descontroladamente. La señora comenzó a gemir agarrándose de la silla. Yo también, claro, más cobarde no hay nadie. El capitán del avión habló por las bocinas diciendo que aquello era sólo unas fuertes turbulencias que atravesarían en unos minutos, que el aeropuerto JFK estaba a la vista. Pero el avión se quedaba sin sostén en el aire y caía como caen los trenes en las montañas rusas. Algunas personas gritaron, otros lloraron de lo horrible que era soportar turbulencias. Algunos nenes chiquitos se rieron de aquellas cosquillas que daban en el estómago. Si tan solo hubiesen sabido lo que les esperaba. Lo peor era que nuestro destino estaba a la vista.




Después

El avión se cayó. Justo antes de llegar a Nueva York. De punta. Por lo menos nos salvamos de la maldición de "cuando cae uno, caen tres"...


El avión que se cayó fue el del correo. Con mis cajas, Con la mitad de mi ropa. Con mis recuerdos. Y con mi vida.


De alguna forma el apartamento nuevo se sentía aún más vacío que mi cuarto en Puerto Rico. Pero, ¿qué le iba a hacer? No había forma de rescatar mis cosas. El mar se las está tragando entre las olas. No me acordé para nada del seguro que les puse. Miré por las ventanas. Un montón de ruidos, un montón de gente. Me tiré en el piso. Ahora sí que tenía que empezar desde cero. Ahora sí que me chavé.


Me quedé dormido. Dormí como por dos días. En el piso. Al tercer día me levanté con la decisión de montarme en el próximo avión de regreso. No sin antes comer algo. La barriga me mataba.


Compré bistec. Lo cociné en la veintiúnica olla que había en el apartamento; alguien aparentemente la había dejado, y con razón, si parece que la usaban para martillar.


Antes de subir al apartamento a cocinar, cogí unas cartas. Todas eran recordatorios para activar el teléfono, el gas, el cable y el agua... Todas menos una. Era una postal con la bahía de San Juan iluminada en la noche. Decía:



Mudarse siempre duele un poquito, pero vas a salir ganando.

Att.: La muchacha del correo

¿Te acuerdas de mi? Espero que hallas ido al correo a cobrar el seguro que le pusiste a tus cosas. Sé que se perdieron, pero ahora vas a empezar una nueva vida. Será como nacer de nuevo. Lo sé, porque yo lo hice, hice mi bachillerato allá y volví.


Espero que estés bien, y que te acuerdes del tercer grado.

Con cariño:

Carina






Lo primero que dije al leer la carta fue: "¿quién rayos será...?", un segundo después dije: "¡diaaaaatre!" La muchacha del correo era Carina. ¡Y Carina con C!


El bistec estaba malo. Soooso. Pero me lo comí y me dio fuerza. Me fui por ahí a caminar, entre el tumulto de gente. Cobré el seguro del correo. Pasé por los kioscos turísticos de Times Square y compré postales. Entonces fue que empezaron los nuevos recuerdos a acumularse. Postales de aquí para allá, de allá para acá. Le pregunté si su nombre era de verdad con C, (todavía no lo creía), nunca me contestó. Le conté de la turbulencia, de la vajilla, de las gorras, de los juguetes, de que seguramente todos murieron en el acto cuando se cayó el avión. Le conté de la señora que me miró mal. Carina solamente me contestaba con un montón de "jajajas".


Después de unos meses sin saber de ella, me llegaron dos postales. La primera era una foto tomada de un avión, donde aparecía un prado de nubes, y por atrás decía: "Sí, Carina es con C", aunque ya lo sabía, pues todas sus firmas eran con C. En la segunda postal, había una foto de Nueva York con las Torres Gemelas dibujadas a mano, ella le escribió por atrás: "La vida empieza muchas veces". Me frisé en la calle. La gente chocó conmigo y me miraron mal. Me congelé allí, porque estas eran las primeras postales que no eran de Puerto Rico, ni del faro de Rincón, ni de la playa Flamenco, eran de un viaje sobre las nubes, y de un Nueva York diferente... Carina estaba cerca. Carina con C estaba muy cerca. Me puse mi gorra ochentosa y fui al supermercado a comprar bistec, dispuesto a empezar más que en otro sitio, a empezar otro momento.

sábado, mayo 13, 2006

Taller para guionistas y cineastas


Anoche, 12 de mayo de 2006, se llevó a cabo un evento para aspirantes a guionistas y cineastas en la Universidad del Sagrado Corazón. La Asociación Puertorriqueña de Guionistas y Dramaturgos (APGD) auspició la actividad que se realizó en el Salón BN-323 del edificio Barat. El taller estuvo a cargo del experimentado guionista hispanoamericano Miguel Tejada-Flores, conocido por sus guiones de comedia como Revenge of the Nerds, y por los de terror como Screamers.

Acudieron grandes figuras de las tablas y las letras del patio, entre ellas, Von Marie Méndez, que presidió el acto, y los actores Walter Rodríguez y Johanna Rosaly.

Miguel Tejada-Flores también ha escrito películas y series televisivas para Showtime, USA Networks y el Sci-Fi Channel. Además, ha trabajado en el análisis, desarrollo y producción de guiones para los estudios Paramount, MGM y Fox.

Ciudad de las Gárgolas
ESPECIAL PARA EN ROJO
Periódico Claridad


















Por Yolanda Arroyo Pizarro
Literatura Urbana
Fuente: Periódico Claridad Publicado el 11 de mayo de 2006


Los he visto correteando por mis edificios, deambulando entre mis calles. Se toman de la mano o se abrazan, y a veces se detienen a encender algún farol. Se iluminan todas mis lumbreras, aún sin que sea la hora para ello. Se siente todo el calor de la urbe, justo en el centro de lo que acontece, justo como el calentamiento de pieles, entre un sol y un planeta, entre unos troncos y la chimenea. Mi diócesis abandona todo frío, aun cuando es tiempo de tempestad o invierno, y se calienta por sus bríos, por sus ahogos, por sus gemidos. Desde arriba, muy arriba, la galaxia observa todas mis edificaciones; acaloradas, calcinadas.

Tras casi dos mil años, el hombre más odiado de la historia ha regresado y el planeta convulsa. El traidor por excelencia ha dejado en la perpetuidad de las letras un testimonio. Los códices no lo callaron, los papiros no desaparecieron, el moho no desintegró su lengua ahorcada. El mundo duele, el mundo no calla y gime. La ciudad que mira el mundo igual palpita, igual late, igual se derrama. Yo soy la ciudad y soy verbo, y mientras se desatan pertinencias mayores, los amantes corretean.

Irrumpen abrazados a un parque. Se sientan en un banquillo y comienza un ritual conocido. Sus besos vuelven a encender la madrugada, aun ya prendida, aun ya nublada por la aurora boreal, aun ya iluminada por el alba como ave fénix. Besos que logran levantar las astas de mis banderas colocadas en las construcciones. Besos que logran elevar con tornasoles mis pararrayos, las antenas radiales, los satélites de canales de televisión. Todas mis parabólicas erectas, erectas por ellos, por su embrujo, por el jugo que derraman en mis callejas, en los adoquines de mis esquinas, en el fluvial de los alcantarillados.

Ella roza su espalda sobre una de las paredes de algún callejón y yo transpiro, y comienza a lloviznar. Él moldea su torso para embestirla pegado a alguna vitrina y entonces comienza a nevar. Yo suspiro. Suspiro hervida, suspiro inflamada, a veces convertida en un pedestal delirante y febril, o en busto sudado por tantas emociones, o en basílica gimiente. En gárgola.

Soy famosa. Jóvenes sicarios y un elevado índice de homicidios se vuelven mi ombligo con pruebas de carbono. También me ha dado a conocer algún cartel. Austeras y anodinas, mis localidades se han convertido en lugares desagradables para vivir, que aún destilan esperanza entre maderas y cementos. Las residencias que predominan han sido construidas con poca o ninguna consideración. Desbordo robos callejeros, desbordo éxodo y migración, plétora de crisis fiscales. Reboso pobreza, miseria, hambre. Derramo promesas, abundancia, sueños. El desempleo galopante, el creciente índice de delincuencia y la animosidad étnica me hacen sede del progreso. El delito ha desmoralizado a mis vecinos. ¿Cómo preocuparme por un nuevo testamento? ¿Cómo interesarme en Dios? No hay quien murmure Judas.

El verdadero evangelio se encuentra entre mis personajes de piedra y respira sobre cada centímetro de la metrópoli: en los escaparates, en el tren urbano, en los postes alambrados, en los artículos que se venden en las calles, en los semáforos, los carritos de hot dog. Los apóstoles de la urbe son los mercenarios de mis avenidas. Se cruzan los crímenes y sus caricias; se cruzan los hallazgos de arqueología que iluminan a la humanidad y sus jadeos, en especial porque ella se coloca a horcajadas sobre sus piernas, mientras él evita mirar el tráfico y se concentra, y vuelve a experimentar un fuego infinitesimal que lo carcome. Le jura estarla amando como nunca, como a nadie. Ella devuelve el mantra vez tras vez. Yo me derramo, salpico, enciendo nuevamente los faroles y se llenan de vapor las aceras. El vapor es de cigarrillos, es de mate humeando. El humo sabe a aguamiel, sabe a pulque de poblado artesanal, sabe a maví.

Se ven a escondidas; ella huye de una mujer con la que comparte su cama hace decenios, y él escapa de un matrimonio con dos hijos que hace mucho dejó de llamar su razón de ser. “Superarás a todos, sacrificarás la sangre que me cubre”, le dice el Maestro a su mejor Amigo, y lo descubren siglos después en un pergamino egipcio. La ciudad está supuesta a desmoronarse. Está supuesta a hundirse, a ocultarse bajo un moderno Vesubio dosmilenario. A ellos les importa poco. Pasean atrapados durante lapsos enteros con el tapón vehicular, la contaminación del aire y el excremento de perro. Se adentran en alguna zona de recreo, cobijados en los desérticos cajones de arena para los niños, y dentro de ellos, sobre la arenisca que les sirve de almohada, otra vez copulan. Se encienden las bombillas, las lámparas, los candiles, y todos los postes de luz. Se calienta la urbe. Vuelvo a ser gárgola y permanezco erecta en la cúspide de la catedral, vistosamente adornada, prendida del caño por donde se vierte el agua de los tejados. Asida del canal de la fuente que me ata a voluntad convulso. Casi nunca me despego del cemento, pero cuando es necesario vuelo por las inmediaciones.

Vibro, y ocasiono un movimiento telúrico que puede ser medido en varias escalas. No dejo ruinas, pero sí resacas. Soy ciudad. No hay Egipto. Soy un Kremlin que hoy se eriza ante el dúo de amantes bandidos. Lloro con ellos cada despedida. Odio cuando se alejan así. Regreso al pináculo de la cumbre ortodoxa, vuelvo a ser pedregal que ya no vuela, vuelvo a ser estampa de piedra que no se mueve. Una estatua de grafito dibujada en un papel gris. Dibujo murales en griego, en copto, en arcano. Llueve, tiembla, se enciende la cartografía, nieva de nuevo.

Tras casi dos mil años, el hombre más odiado de la historia ha regresado y ni a ellos, ni a mi ciudad les interesa.

viernes, mayo 05, 2006

Escribo...

Me ve escribir. Pasea. Las teclas son ahora mi dueño, pero él reclama atención y se pasea. Estira su mano y descubre un pezón. Alega que debo de escribir así siempre. Alega que es una perfecta pose, una perfecta imagen. Dejo el pezón a la vista. De vez en cuando lo pellizco. De vez en cuando lo aprieto. Le sigo dando a las teclas. Creo que no estaré escribiendo por mucho rato. Me parece que la musa no bastará para mantenerme al margen de su piel.

Emilio en Área



El pasado martes 2 de mayo tuve el honor de asistir a la lectura de cuentos del talentoso Emilio del Carril en Área, lugar de Proyectos en Caguas. Escuché a un Emilio irreverente y apócrifo que despunta como una gran promesa de letras del patio. Sus temas visitan lo místico y herético de un modo novedoso. Su propuesta de reescribir la Biblia en sus propios términos promete. Al menos tiene el espíritu dispuesto y un gran entusiasmo. Esperamos poder volver a leerle pronto.

miércoles, mayo 03, 2006

Bitácora del viento del oeste
Por Isaac Cazorla
con motivo de la presentación Los Documentados

4:15 pm.
Conquistar una tierra de riquezas es fácil si se tienen carabelas, pólvora, espadas, cascos y fuselajes en el pecho. Conquistar un pueblo es fácil si los contrincantes sólo tienen arcos y flechas, si sólo tienen lanzas y miedo a los caballos. Conquistar es un verbo demasiado grande para esas presuntas hazañas. Conquistar descalzo es otra cosa, el conquistador real es el que utiliza su ingenio desde la nada, aquel cuyo naufragio continúa más allá del mar, el conquistador es el que se repone entre los mangles, el que vuelve a casa a compartir fortunas y a convalidar ilusiones…

- ¡Junior! Acá hay uno que ya se mareó o se le ha tostado el coco con este sol… a ver si tú entiendes lo que dice…
- Tu dedícate a mirar si viene una patrulla o un helicóptero y déjate de hacerle caso a estos, dile que se duerma mejor, así no te distraes… si sigue hablando pavadas moja un trapo y pónselo en la cabeza.
- ¿Oíste? Junior manda a callarse o mejor: baja el volumen y sigue hablando, así no te mareas...

-¿Junior es tu jefe? Creí que eran socios… Me parece medio maldito, capaz de aventarnos al agua, tú en cambio pareces buena gente…
-Junior no es malo, sólo es firme, nos conocemos desde la Escuela, a los dos nos botaron al mismo tiempo, hemos estado en varios negocios diferentes, pero éste es bueno, aunque a mí no me gusta, Junior me paga bien. Yo lo veo sólo como un servicio de transporte y ya. Unos cuantos viajes más y me retiro, a mí el otro lado no me gusta. Junior sí creo que se queda allá en una de éstas, ya toda su familia está allá, dice que les ha construido una casota en Bayamón.

- Todo el mundo trabaja en construcción ¿no?, yo voy a buscar otra cosa…
- No hay otra cosa. A ver dime, ¿En qué quieres trabajar?
- En un periódico por ejemplo, a mí me gusta el periodismo, las letras…
- Ah… tú te crees que vas a ir a un periódico y vas a encontrar un cartel que diga “se necesita muchacho sin documentos para trabajo de periodista, buen sueldo”….
- Lo que pasa es que a mi me gusta escribir, quisiera escribir novelas por ejemplo, yo creo en el valor transformador de la palabra, de la narración, incluso de la fantasía como la más alta expresión de la realidad…

- Junior!, acá tenemos a Vargas Llosa en la yola, el mismito que escribió lo de Trujillo y Balaguer, se ve menor y más prieto que en la tele pero habla igualito…
- ¡Uyuyuy!, pásalo a primera clase entonces y que te firme un autógrafo antes de que se baje allá en Tereque.

- Algún día escribiré sobre este viaje, sobre la chispa del subcapitán… ¿cómo te llamas? - Ramón García para servirle señor escritor ¿y usted cómo se llama?
- Getulio. Getulio Pichardo
- ¡Uyuyuy!, mejor fírmame el autógrafo como “Vargas Llosa” no más…


6: 15 pm.
- ¿Ven las lucecitas al fondo? ¡Eso ya es Puerto Rico!, ahora todos atentos que si aparece una patrulla se acabó el viaje, recuerden que nadie debe tirarse al mar hasta que yo les diga que pueden nadar, por aquí todavía hay tiburones y estamos muy lejos, es imposible llegar nadando. Están avisados. Tenemos que esperar a que esté más oscuro para seguir avanzando...
- Junior se cree Capitán de verdad, le gusta estar al mando… oye, ¿Cómo era eso de que nosotros somos conquistadores?
- Ya lo dije, el verdadero conquistador es el que se utiliza a sí mismo como arma y defensa, el que cruza el mar desprovisto de todo. Llevar armas no es conquistar, eso es asaltar, nosotros no somos asaltantes, somos conquistadores, todos los que estamos aquí sabemos que en adelante sólo nos espera estar mejor y ¿qué tenemos para eso? Nada. Sólo nuestra mente, nuestra esperanza, hay que ser valiente para lanzarse a conquistar así, sin escudos.
- O sea que si nos coge la patrulla y nos maltratan, le decimos al guardia: “oiga usted, más respeto, que está bregando con valientes conquistadores…” pa’ mi que no nos creen, señor escritor.
- Sólo importa que tú lo creas, pero a mí no me detiene ninguna patrulla y tu mejor hazle caso a Junior y vigila la proa. Además no pueden maltratarnos, eso sí sería ilegal, además somos personas, es pura casualidad que hayamos nacido en la orilla de atrás y no en la de adelante.
- ¿Eso le dirías al guardia? Se va a reír en tu cara
- No tiene por qué reírse, es la verdad. No deberían ser naciones distintas, si al final somos la misma cosa
- Claro que somos la misma cosa pero ellos no lo ven así, y “donde manda guardacostas no manda conquistador valiente en yola….”
- Yo creo que hablando se entiende la gente, es cosa de saber explicar…
- Mejor les dices “Mire señor, yo en realidad soy boricua, lo que pasa es que recién estoy llegando porque nací en la luna….”


8:15 pm.
- No se asusten, estamos regresando un poco porque Junior ha visto unas luces hacia el Este y prefiere esperar unas horas más, si están patrullando lo mejor es esperar a que terminen, no se asusten, agáchense todos y no se olviden de no desesperarse y tirarse al mar.
- Entonces sígueme contando, ¿vas a ser periodista o escritor?
Ya se verá, yo lo que quiero es ser escritor, pero no es por eso que voy a Puerto Rico, allá voy sólo para salir pa’ lante, cuando tenga plata me pondré a escribir novelas, eso es lo que me gusta.
- ¡Uyuyuy! Entonces voy a ser famoso con esta yola, la pondremos en un museo que diga “En esta yola viajó el gran escritor dominicano Getulio Pichardo”…. Yo creo que te tienes que poner otro nombre para que te compren tus libros… si te llamaras por ejemplo García Márquez o Vargas Llosa, entonces ya la cosa cambia pues…
-Por qué Junior retrocede tanto?
- No te preocupes, ¿es tu primer viaje no?, recuerda que si nos atrapan te damos el segundo viaje gratis, eso sí, ahí se termina la garantía, Junior’s delivery sólo hace dos viajes por cabeza, el que quiera otro viaje, tiene que volver a pagar y se le renueva la garantía por dos viajes más.
- Yo no puedo hacer otro viaje, tengo que llegar esta vez
Tranquilo Vargas Llosa, pasado mañana o dentro de dos meses es lo mismo, te acordarás cuando estés escondido en Puerto Nuevo llorando porque extrañas a tu mamita.
- Yo no lloro por esas cosas, soy muy macho para las penas, pero tengo que llegar esta vez, para mi no hay otro viaje que valga.
Ah verdad, me olvidaba que eras conquistador, perdona.


10:15 pm.
- Parece un yate particular, pero está muy lejos todavía. Recuerden: ¡no se tiren al mar!, estamos muy lejos todavía y es imposible llegar nadando. La corriente los va a regresar. ¡No se tiren al mar!
- ¡Despierta escritor!, mira esas luces. Junior dice que es un yate particular, seguro que ni nos van a ver.

- Este es el servicio de Guardacostas de Puerto Rico, permanezcan tranquilos, van a ser rescatados inmediatamente. No se tiren al mar, desde aquí es imposible nadar a la costa. Permanezcan tranquilos…

- ¡Junior!, ¡estos se quieren aventar al agua!
- ¡No me llames Junior idiota!, todos, invéntense un nombre y no digan el suyo, y ya saben lo que pasa si delatan a su capitán. A los que vienen por primera vez, en cinco semanas los volvemos a traer, tranquilos.

- Nos jodimos, Vargas Llosa… ¿Vargas Llosa? ¡Vargas Llosaaaaaaaaa!... Cooño…

Acerca de mí

Mi foto
Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, 1970). Es novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Fue elegida una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá por motivo de celebrar a Bogotá como Capital Mundial del libro 2007. Acaba de recibir Residency Grant Award 2011 del National Hispanic Cultural Center en Nuevo México. Es autora de los libros de cuentos, ‘Avalancha’ (2011), ‘Historias para morderte los labios’ (Finalista PEN Club 2010), y ‘Ojos de Luna’ (Segundo Premio Nacional 2008, Instituto de Literatura Puertorriqueña; Libro del Año 2007 Periódico El Nuevo Día), además de los libros de poesía ‘Medialengua’ (2010) y Perseidas (2011). Ha publicado las novelas ‘Los documentados’ (Finalista Premio PEN Club 2006) y Caparazones (2010, publicada en Puerto Rico y España).

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